15 marzo, 2007

Erase una vez... (I)

Era un tipo alto y delgado, de piel muy blanca y ataviado de un pantalón tipo Chino negro, como negras eran sus botas y su camisa. Si no fuese porque en vez de guadaña, llevaba un maletín colgado de la mano, podría habersele confundido con la mismísima parca. Auque puestos a ser objetivos nuestro amigo, guardaba más que cierta semejanza física con la muerte, pues se podría decir que perseguían un mismo cometido.

Acababa de dejar su coche aparcado, uno fúnebre me pareció ver, cuando subía las interminables escaleras que dan al hall del gigantesco hospital. Se le veía nervioso, airado quizá, como si llegado a esas horas del día no hubiese conseguido alcanzar lo que se proponía. Atravesó las puertas automáticas que se abrieron miedosas ante sus pies, y se dirigió directamente a planta, donde descansan los enfermos, buscando algo o a alguién...

Mientras tanto en la habitación 112 del mismo piso, donde se encontraba nuestro oscuro y misterioso amigo husmeando, se encontraba Jose Antonio Lumbreras echado en la cama acabadito de salir una fastidosa operación.

_Ay Dios mío, como me duele..._ Se quejaba el pobre hombre_ ¡Enfermeraaaaa! Por lo que más quiera, deme algo... ¡Que me duele mucho, Virgen Santa!_ Gritaba el señor Lumbreras.


Nuestro siniestro amigo, cual hiena que huele la carroña, oye los gritos desde el pasillo:

_ Sin duda alguna, se trata de un enfermo terminal. Angelito, esa agonía no es soportable... (por fin, jeje) _ Se dijo el hombre de vestiduras negras, cual sepulturero. Y corrió a entrar en la habitación de la que provenían los gritos de dolor.


_ Muy buenos días. Déjeme que le diga que comprendo su dolor y que...

_ ¡Eh, oiga! Un momento, yo he llamado a la enfermera, ¿quién es usted? _ preguntó molesto y desconfiado el enfermo.


_ Ante todo soy un amigo. Señor... Señor...

_Lumbreras, José Antonio Lumbreras para servirle _ Se presentó el recién operado.

_ Oh no diga eso, para servirle estoy yo. Verá usted, pertenezco a la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD), y desde nuestra asociación queremos transmitirle todo nuestro más sentido apoyo, porque usted lo merece y porque usted es dueño de su vida, así como de su muerte...

_No le entiendo, ¿qué quiere decir? _ Jose Antonio, lo miraba de arriba a abajo, preguntándose si no estaría delante de un loco.

_ Oiga ¿no será usted, uno de esos testigos de Jeoba o un sectario de esos? Porque si es así, siento comunicarle que no estoy interesado en comprarle una biblia, panfletos o paparruchas... Soy Católico, sabe usted. _ Sentenció, firme, Don José.

_Uy, pero que mala cara tiene usted, pobrecillo. No, verá usted, como le digo pertenezco a una asociación sin ánimo de lucro, que quiere reconocerle sus derechos como persona humana que es usted... Porque usted se merece el poder elegir como morir...

_ Oiga, ¿pero que está diciendo?

El hombre perteneciente a tan inimaginable asociación de culto a la muerte, siguió con su discurso, como si no puediera escuchar al señor Lumbreras, que intentaba explicarse, sin ser oído, ni atendido por su invasor.

_ Usted tiene derechos, ¿sabe? Usted no tiene porque aguantar este sin vivir. ¿Por qué sufrir don José?

_ Oiga creo que se equivoca... Que a mi me han operado de apendicitis, y hombre, me duele un poco pero... ¿Me está escuchando?

Nada. No se enteraba de nada o no quería escuchar. Mientras el pobre hombre operado de apendicitis buscaba la manera de abordarle, el otro, concentrado en su discurso funerario, hacía caso omiso al paciente, y no parecía importarle. El venía a vender su producto y sí terminaba pronto con su "cliente" quizá le sobrase tiempo para pasarse por la habitación de al lado, donde antes le pareció oír unos jadeos o gemidos agónicos. A decir verdad, esos gemidos, le eran más propios de alguién practicando el fornicio, pero si no fuese porque le habían comentado que se trataba de un supuesto terrorista al borde de la muerte debido a una huelga de hambre, habría pensado que era una parejita dándose calores. ¿Cómo se llamaba? Sí hombre, sí... Si lo ponía en la misma puerta... ¿Juan? ¿Juana? No podía recordarlo. En fin, ya habría tiempo de llevarse un 2x1, pero eso sería después de finiquitar el asunto, con el pelmazo de la 112.

_ Mire yo comprendo su soledad, me hago cargo de que no tiene a nadie y que, en fin, que nadie le quiera.

_ Hombre, la verdad es que nadie ha venido a verme...

_ ¿Y su mujer?

_ No estoy casado, tenía un perro pero ayer le atropeyó un coche, y murió... _ El hombre se entristecía por momentos. Porque lo cierto es qué dónde estaban sus amigos, y su familia.

_ Es lógico, yo en su situación también querría marcharme al otro barrio...

_ ¿Marcharme al otro barrio? No lo había pensado...

_ Claro que no lo había pensado, porque esta sociedad fascista y sectaria no nos permite pensar, pero piense amigo mío, piense... ¿No es usted libre de tomar la decisión de dejar este mundo,
si así gusta?

_ Pues sí, además, ¿a quién le importo yo? _ Don José se animaba, por momentos y su "amigo" no se lo podía creer, lo estaba convenciendo.

_ A nadie, a nadie...

_ ¡No lo aguanto más! Quiero dejar de sufrir... _ Al pobre hombre se le escaparon unas lagrimillas, y se le ahuecaba la voz por momentos.

_ No se preocupé, nosotros podemos ayudarle, confíe en mi y todo acabará. Usted ya no sufrirá más, eso se lo prometo.

_ Muchas gracias, amigo, muchas gracias...


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